Sunday, December 7
i am the light of the
world
pSalm 119: 105-108
“When Jesus spoke again to the people, he said ‘I
am the light of the world. Whoever
follows me will never walk in darkness, but will have the light of life.’”
John 8:12
During the period of Advent, the symbol of light occupies a special
place. The Jewish tradition had already
consecrated this beautiful metaphor in order to qualify God’s presence. Suffice
it to recall the pillar of fire that accompanied the people through the desert
during their exodus or the resplendent light on the face of Moses after
receiving the Ten Commandments.
The light of Advent, however, is different from others in the history of
salvation. This was neither a blinding light such as Moses’ face, nor
frightening like the pillar of fire of the exodus. This light shined in the
heavens, but descended unto the lowliest.
This light dignified humility and confirmed the greatness of God in the
simplicity of a manger.
Today, when speeches, even religious ones, invite us to pomposity,
brilliance and ostentation, when we are tempted to be a blinding light as a
sign of success; today when the fatuous fires of consumption and banality
attempt to change even the gospel itself, we should remember what is the true
light for our lives: Jesus, the light of
the world was born to be the definitive brightness. Let us be inspired by this beautiful
song: The light of the world am I, listen to me, people, and come… Let us
follow that light!
Prayer: God, you who are light
and life, illumine our path. Grant that we may be able to reflect your light
onto those around us. Amen.
la
luz del mundo yo soy
Salmo
119: 105-108
“Otra vez Jesús les habló,
diciendo:
-Yo soy la luz del mundo; el
que me sigue
no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida”
Juan 8:12
En
tiempo de Adviento el símbolo de la luz ocupa un lugar especial. Ya la
tradición judía había consagrado esta bella metáfora para calificar la
presencia de Dios. Baste recordar la lumbrera que guiaba al pueblo a través del
desierto en el éxodo, o la luz resplandeciente en el rostro de Moisés luego de
recibir los diez mandamientos.
Sin embargo la luz de Adviento es diferente a otras
en la historia de salvación. Esta, no fue una luz enceguecedora como la del
rostro de Moisés, ni estremecedora como la columna de fuego del éxodo. Esta luz
brilló en los cielos, pero descendió hasta lo más pobre. Esta luz dignificó la
humildad y consagró la grandeza de Dios en la sencillez de un pesebre.
Hoy, cuando los discursos, incluso religiosos, nos
invitan a la pompa, el brillo y la ostentación; hoy, cuando tenemos la
tentación de ser luz enceguecedora como signo
de éxito; hoy cuando los fuegos fatuos del consumo y la banalidad
pretenden cambiar hasta el evangelio mismo, debemos recordar cuál es la
verdadera luz para nuestras vidas: Jesús, la luz del mundo ha nacido para ser
el resplandor definitivo. Dejémonos inspirar por ese hermoso canto: La luz
del mundo yo soy, oídme pueblos y venid… ¡Sigamos esa luz!
Oración:
Dios, tú que eres luz y vida, ilumina nuestro camino. Que podemos también
reflejar esta tu luz a quienes nos rodean. Amén
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