Thank you, Lord, for
when you broke
the stone on your grave
you brought us the true
hand of life,
not just another piece
of what we humans call life,
but rather what is
undying,
the burning flame that
is not consumed,
the same life lived by
God.
Thank you for this joy,
thank you for this Grace,
Thank you for this
eternal life that renders us immortal,
Thank you because when
you rose from the dead
You inaugurated a new
humanity
And placed this
multiplied life in our hands,
this miracle of being
men –and women—and more;
this pleasure of
becoming participants in your triumph;
of feeling and being
sons and daughters and members
of your human body and
risen God.
We have not caught a
fish since your departure.
We’ve spent twenty
centuries uselessly casting
the nets of life,
and catching nothing but
emptiness within its mesh.
We keep on hour after
hour and the soul remains dry.
We’ve become sterile
Like the earth covered
with cement.
Could we be dead already? How many years has it been
since we have laughed?
Who recalls the last
time that we loved?
And then one afternoon
You return and say to us:
“Cast your net to the
right, dare to trust again, open your soul,
Remove the new illusions
from the old trunk,
Rewind your heart, get
up and walk.”
And we do so only to please
you. And suddenly,
our nets overflow with
joy,
our happiness returns
and the weight of the
love we catch is so heavy that
the net breaks open
bursting over
with a hundred and fifty
new hopes.
Ah, You, life-giver of
souls:
Come to our shores,
Walk on the waters of
our indifference,
Return us, Lord, to your
joy!
José
L. Martín Descalzo
Gracias
Señor, porque al romper
la
piedra de tu sepulcro
nos
trajiste en la mano la vida verdadera,
no
sólo un trozo más de esto que los hombres
llamamos
vida, sino
la inextinguible,
la
zarza ardiendo que no se consume,
la
misma vida que vive Dios.
Gracias
por este gozo, gracias
por esta Gracia,
gracias
por esta vida eterna que nos hace inmortales,
gracias
porque al resucitar
inauguraste la
nueva humanidad
y
nos pusiste en las manos esta vida multiplicada,
este
milagro de ser hombres -y mujeres- y más,
esta
alegría de sabernos partícipes de tu triunfo
este
sentirnos y ser hijos y miembros
de
tu cuerpo de hombre y Dios resucitado.
Desde
que Tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos
veinte siglos echando inútilmente
las
redes de la vida,
y
entre sus mallas sólo pescamos el vacío.
Vamos
quemando horas y el alma sigue seca.
Nos
hemos vuelto estériles
lo
mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos
ya muertos? Desde hace cuántos años
no
nos hemos reído? ¿Quién recuerda
la
última vez que amamos?
Y
una tarde Tú vuelves y nos dices: "Echa la red a tu
derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca
del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale
cuerda al corazón, levántate y camina".
Y
lo hacemos sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras
redes rebosan de alegría,
nos
resucita el gozo
y
es tanto el peso de amor que recogemos
que
la red se nos rompe cargada
de
ciento cincuenta nuevas esperanzas.
¡Ah,
Tú, fecundador de almas:
llégate
a nuestra orilla,
camina
sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos,
Señor, a tu alegría!
José L. Martín Descalzo