Wednesday, June 13
THE EARTH AND ITS
FULLNESS
PSALM 8
Lord, our Lord, how
majestic is your name in all the earth!
You have set your
glory in the heavens. (NIV)
Psalm 8:1a
One of the things
that most worries the human being of our day is the competency of the great
powers for conquest - not the space where some day they will play a game of
chess, but as to put their feet on the face of the moon.
From time immemorial
the human being has been captivated by nature, and there’s no dearth of those
who may say that this was the cause that moved people to create the necessity
of depending upon the “unknowns,” fabricating fetishes and gods. Up to a
certain point, why not say it: they have enslaved him. Nevertheless, realities
exist, like humans, that we cannot explain. Since man’s emergence we have
concerned ourselves with finding an explanation for the great phenomena, even for those that, through daily repetition,
we don’t consider as such.
Some days ago, I
witnessed how a child of only six years tried to prove to her Sunday school
teacher that God was the sun. Clearly, she, who didn’t know how to read,
couldn’t have taken this idea from any Egyptian biography.
The Psalmist perceived
the grandeur of nature. Inwardly he felt fear, faced by the serious manifestations
of the force of the wind or of thunder. He was inspired by the beauty of the
stars, or by the clarity of the moon, and the power of sunlight. And aware of
his smallness before all creation, it engendered in his breast an expression
that makes this Psalm immortal: How great
is your name in all the earth.
Let us examine this
Psalm to enjoy its majesty and repeat with the Psalmist: Oh, our Lord, how great is your name in all the earth.
Prayer: Thank you God for
those gifts you give us: the sun, the moon, the stars. Amen.
Translation
by John Walter
LA
TIERRA Y SU PLENITUD
SALMO 8
¡Oh
Jehová, Señor nuestro,
Cuán
glorioso es tu nombre en toda la tierra!
Salmo
8:1a
Una de
las cosas que más preocupa al ser humano de nuestros días es la competencia de
las grandes potencias por conquistar, no ya el espacio donde algún día jugarán
una partida de ajedrez, sino como poner los pies en la cara de la luna.
Desde
tiempos inmemoriales, el ser humano ha sido cautivado por la naturaleza y no ha
faltado quien diga que ésta fue la causa que movió a las personas a crearse la
necesidad de depender de los “desconocidos”; fabricándose los fetiches y dioses
que, hasta cierto punto, por qué no decirlo, le han esclavizado. Sin embargo,
realidades que como humanos no podemos explicarnos, existen. Desde los primeros
momentos nos preocupamos por encontrar una explicación a los grandes fenómenos,
aun para aquellos que, a causa de repetirse diariamente, no los consideremos
como tal. Hace unos días presencié como una niña de sólo seis años trataba de
probarle a su maestra de la Escuela Dominical que Dios era el sol. Claro que
ella, que no sabe leer, no puede haber sacado esta idea de ninguna biografía
egipcia.
El
Salmista se percató de la grandeza de la naturaleza. Sintió en su interior el
temor frente a las manifestaciones furiosas de la fuerza del viento o del
trueno. Se inspiró en la belleza de las estrellas o en la claridad de la luna,
en la potencia de la luz del sol. Y esta conciencia de su pequeñez frente a
todo lo creado, hace que brote de su pecho una expresión que hace inmortal este
Salmo. Cuán grande es tu nombre en toda la tierra. Acoquémonos a este
Salmo para disfrutar de su majestuosidad y repetir con el Salmista. Oh Señor
nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra.
Oración:
Gracias Dios, por esos regalos que nos distes: el sol, la luna, las
estrellas. Amén.
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