Tuesday, January 31, 2023

JANUARY 31

BLIND AND DEAF

Luke 8:16-18

A second time they summoned the man who had been blind. “Give glory to God by telling the truth,” they said. “We know this man is a sinner.” He replied, “Whether he is a sinner or not, I don’t know. One thing I do know. I was blind but now I see!”

John 9:24-25 (NIV)

Not only can one be deaf to hearing the Word of God, one can also be blind to seeing his works. That is also our tragedy: believing that even one who has sound eyes, in reality, does not see. In this story, the Jews believed that they were authorized to discern God’s action and they felt entitled to interpret it and make it known. And it is a blind man, who apparently did not see, who showed them how God had worked in him through the one he sent into the world to open the eyes of the blind.

Thus he challenges the Jews, those who say they know everything but do not know where the man who opened his eyes is from. With these words charged with irony, the blind man unmasks the Pharisees and shows their bad faith that prevents them from seeing that this man is the one sent from God, the long-awaited Messiah.

Certainly, there is no worse deafness than that which does not want to hear, nor a worse blindness than that which does not want to see. The blind man knows one thing: he knows that he now sees. This helps us understand that we know God by his deeds, by the grace we have received. What is true is what one lives. That we live is God’s blessing, all that we have received from Him without deserving it. When He opens our eyes, we no longer see in the other a stranger; we see a brother. In order to see, we must let ourselves be convinced by God and his powerful acts. Some say: If I do not see, I do not believe. We say: one must believe in order to see.

 

Prayer: Forgive me Father, my spiritual blindness. Thank you for your abundant blessings. Amen.

 

Translation by Susan Metcalf Smith

 

ENERO 31

CIEGO Y SORDO

Lucas 8:16-18

 Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: Dinos la verdad delante de Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. Él les contestó: Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego, y ahora veo.

Juan 9:24-25

No sólo uno puede ser sordo para escuchar la Palabra de Dios, también puede ser ciego para ver su obra. Esa también es nuestra tragedia: creer que se tiene ojos sanos y en realidad no ver. En esta historia los judíos creían que estaban autorizados para discernir la acción de Dios y se sentían con derecho a interpretarla y darla a conocer. Y es un ciego, el que aparentemente no veía, quien va a mostrarles como Dios había obrado en él por medio del que envió al mundo para abrir los ojos a los ciegos.

Así desafía a los judíos, los que dicen que lo saben todo, no saben de dónde es ese hombre que le abrió los ojos. Con estas palabras cargadas de ironía, el ciego desenmascara a los fariseos, muestra su mala fe que les impide ver que ese hombre es el enviado de Dios, el Mesías esperado.

Es cierto, no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver. El ciego sabe una sola cosa: sabe que ahora ve. Con eso nos hace comprender que nosotros conocemos a Dios por sus hechos, por la gracia recibida. Lo verdadero es lo que uno vive. Lo que vivimos es la bendición de Dios, todo lo que hemos recibido de Él sin merecerlo. Cuando Él abre nuestros ojos ya no vemos en el otro a un extraño, vemos a un hermano. Para ver hay que dejarse convencer por Dios y sus actos poderosos. Algunos dicen: Si no veo, no creo. Nosotros decimos: hay que creer para ver.

 

Oración: Perdona Señor, mi ceguera espiritual. Gracias por tus abundantes bendiciones. Amén.

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